El hambre emocional

El hambre emocional

Puede que no hayas oído hablar o quizás piensas que es algo negativo.  En cualquier caso, no nos sorprende saber que la manera en la que comemos se relaciona con nuestras emociones.

¿Alguna vez has probado u olido una comida que te ha trasladado a tu infancia, te ha recordado a un familiar o a un momento concreto de tu vida?

¿Alguna vez has estado triste y te ha venido un impulso incontrolable de comer chocolate o helado?

¿Cuantas veces de las que quedas con amigos y familia lo hacéis alrededor de una mesa para comer, merendar, cenar o tomar algo?

De manera natural, nuestras emociones se relacionan con la comida (o la bebida). Aunque parece que podamos separar el hambre fisiològica de la emocional, esto no es tan sencillo. Las emociones siempre están presentes en nuestra vida y en todo lo que hacemos, en mayor o menor medida. 

Los alimentos tienen la capacidad de transmitirnos sensaciones y de desencadenar nuestras emociones: alegría, asco, enfado, tristeza… Activa partes de nuestro cerebro que en algún momento han estado conectadas con ese sabor, ese olor o esa textura. Además, algunos alimentos tienen sustancias que activan el Sistema de la recompensa que existe en nuestro cerebro. Muy simplificadamente, esto hace que nos de placer comer, mecanismo que ha sido muy necesario para la evolución humana. Es así que a veces también utilizamos la comida para complacernos, es decir, darnos el gusto.

Pero también funciona de la manera inversa. Nuestras emociones influyen en lo que comemos. Cuando sentimos alegría porque hemos conseguido el trabajo que queríamos, hemos acabado los exámenes o en cualquier tipo de celebración o fiesta, la comida y la bebida suelen estar presentes para acompañar ese momento. Del mismo modo, cuando estamos tristes o enfadados podemos buscar cierto tipo de comida o modificar la cantidad de ésta para conseguir ese efecto emocional que nos da un pequeño “subidón”.

Por otro lado, los momentos de elevada ansiedad, estrés o miedo pueden hacer que se nos quite el hambre, ya que el cuerpo se prepara para la acción y reserva sus energías para otras partes del cuerpo.

Las emociones forman parte de nuestras relaciones sociales y nos dan información sobre cómo estamos. Estas y la comida nos acompañan en el día a día y se interrelacionan. Disfrutar con la comida es natural y sano.

Sin embargo, la alimentación que va más allà de cubrir las necesidades fisiológicas, puede usarse a veces como única estrategia (no muy acertada como veremos) para hacer desaparecer una emoción que nos es desagradable. Funcionaria de alguna manera como una balanza que está descompensada en un lado (emociones desagradables) e intentamos compensar sumando al lado contrario (emociones agradables). En esos momentos la sensación se neutraliza, estando en un estado que, aunque no llega a ser tan agradable, nos aleja temporalmente de lo que nos disgusta o hace daño.

La trampa de esto, por un lado, es que en ese momento la comida no nos aporta la sensación agradable en la misma intensidad que si estuviéramos en una situación más neutral (recordar la imagen de la balanza descompensada) por lo que no nos satisface tanto y nos puede llevar a comer más de lo que necesitamos. Por otro lado, utilizar esta estrategia cuando realmente tenemos un problema, sería como poner una tirita en una herida abierta. No es suficiente, su efecto es mínimo y poco duradero.

TODOS comemos de manera emocional. Las emociones son naturales, comer es natural y la relación entre estos TAMBIÉN. Aún así, esta relación puede llevarnos a ciertos extremos muy dañinos. Sentirnos descontrolados, comer lo que realmente no necesitamos o queremos comer o cantidades que no son las que nuestro cuerpo necesita. En definitiva, crearnos más malestar: peor el remedio que la enfermedad.

¿Qué podemos hacer?

Cuando tenemos una estrategia muy establecida en nosotros, dejar de utilizarla de manera drástica de un día para otro no es fácil. El primer paso sería NO CULPABILIZARSE por ello. Hay muchos factores que influyen en que comamos emocionalmente más allà de nosotros como el marketing, nuestro contexto social, cultural y familiar.

Conocer nuestras emociones, aprender a identificarlas, cuando y cómo aparecen, sería otro paso clave. Saber cuáles son nuestras respuestas emocionales y en qué situaciones aparecen nos puede ayudar a romper el círculo vicioso en el que nos vemos inmersos.

Adquirir nuevas estrategias que nos ayuden a gestionar nuestras emociones de manera sana. Ademàs, es importante descubrir que nuestra vida puede contar con muchos aspectos agradables. Encontrar qué nos llena y no limitar nuestra satisfacción a una sola cosa (como por ejemplo la comida).

Trabajar la conciencia plena en nuestra alimentación. Dar la importancia que merece a nuestras ingestas, con atención y cariño. Identificar nuestras sensaciones de hambre y saciedad, muchas veces anuladas.

ACEPTAR. Aceptarnos a nosotros mismos, nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, nuestras preocupaciones, aceptar aquello que nos resulta tan desagradable, mirarlo de frente, poco a poco, a nuestro ritmo. Para poder ir afrontando lo que nos daña. Poner una tirita nunca nos ayudará a curar esa herida.

Pedir ayuda profesional es muy necesario cuando vemos que no podemos salir del bucle sin orientación, sin apoyo. Conseguir todo lo comentado aquí no es fácil. Contactar con un profesional de la psicología te puede ayudar a enfocar tu situación, adquirir herramientas y acercarte al bienestar (que NO es lo mismo que la felicidad constante). Carecemos muchas veces tanto de una educación emocional como nutricional, por eso vale la pena destacar el trabajo interdisciplinar para este tipo de situaciones.

PD: Si tienes cualquier duda sobre este tema o cualquier otro siempre me puedes escribir (comentar aquí, por instagram o en el apartado “Contacto”). Encantada de comentar este tema o resolver dudas 🙂

Si quieres adentrarte más en este tema, seguiré publicando al respecto y te dejo bibliografía interesante:

Psiconutrición de Cristina Andrades y Griselda Herrero.

El cerebro obeso de Luis Jimenez.

El Podcast: ¿De que tiene hambre tu vida?



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