La inteligencia de las emociones

La inteligencia siempre ha sido valorada en nuestra sociedad como algo necesario para conseguir triunfar en la vida. Ser inteligente supone que nos va a ir bien, que nos irá bien en la escuela, que iremos a la universidad, que conseguiremos un buen trabajo, seremos felices y tendremos éxito en todo lo que hagamos… o eso pensamos.
Es habitual que como padres, que queremos lo mejor para nuestros hijos, deseamos que sea inteligente, saque buenas notas, aprenda todo rápido y con facilidad en la escuela. Pese a la importancia que se le ha dado al cociente intelectual, la inteligencia que valora los buenos resultados académicos por encima de otras habilidades ha mostrado no ser suficiente para garantizar el éxito en la vida de una persona. Aquellos que cuentan con brillantes habilidades matemáticas, verbales o espaciales no tienen garantizado sobresalir o conseguir sus metas a nivel profesional ni personal si no se tienen en cuenta sus habilidades emocionales; como de bien se conocen a sí mismos, como se relacionan, comprenden su entorno y gestionan sus emociones para adaptarse mejor a él.
Hace ya unos años, se empezaron a tener en cuenta las emociones y la necesidad de comprender y relacionarse con el entorno adecuadamente. Aquí surgió el concepto de Inteligencia Emocional.
Modelos de Inteligencia Emocional
Existen dos modelos que explican la Inteligencia emocional: los modelos mixtos y los modelos de habilidades. La inteligencia emocional que describió David Goleman (1995) y que se ha utilizado mucho en contextos empresariales, se incluye dentro de los llamados modelos mixtos. Según este modelo inteligencia emocional consiste en un conjunto de capacidades, competencias y habilidades no cognitivas que afectan a nuestra propia habilidad para afrontar con éxito los aspectos del medio ambiente. Por lo tanto, los modelos mixtos mezclan habilidades emocionales y rasgos de personalidad, incluyendo conceptos como empatía, asertividad y optimismo.
Por otra parte, los modelos de habilidades explican el concepto en relación a las habilidades de procesamiento emocional sin incluir rasgos de personalidad. El modelo más relevante es el de Mayer y Salovey (1997). Su modelo explica que las diferentes habilidades de Inteligencia emocional deben estar relacionadas entre ellas y además, deberían desarrollarse con la edad y la experiencia.
De acuerdo con esto, el modelo de Mayer y Salovey se divide en las siguientes habilidades: Percepción y expresión emocional, facilitación emocional, comprensión emocional y regulación emocional.
Las personas emocionalmente inteligentes poseen las siguientes habilidades:
1. Percepción, valoración y expresión emocional
Esta primera habilidad consiste en identificar los estados emocionales propios y de los demás. Empieza a adquirirse entre los 3 y los 5 años de edad, cuando los niños son capaces de distinguir y responder a diferentes expresiones faciales, sobre todo las de sus padres. A medida que crecemos, empezamos a saber identificar emociones mediante las señales de nuestro cuerpo así como en los otros e incluso en objetos como pinturas, figuras artísticas etc. Esta habilidad también incluye la capacidad de expresar los sentimientos y ser consciente de qué necesidades están relacionadas con esa emoción.
2. Facilitación emocional del pensamiento
Esta habilidad hace referencia a como las emociones influyen en el proceso intelectual. Las emociones hacen que nuestro pensamiento se centra en estímulos internos (pensamientos, sensaciones físicas…) o externos (una bronca del jefe, una película, un examen, una comida que no nos gusta…) que han generado tal emoción al ser relevantes en ese momento. Las emociones facilitan que la persona pueda utilizar el pensamiento en consecuencia a esa emoción y permite ponerse en el lugar de otra persona. Así mismo, esta habilidad incluye la manera en que el estado de ánimo influye en nuestro pensamiento. Es decir, el humor cambia la perspectiva del individuo desde el optimismo hasta el pesimismo. Así mismo, el estado emocional puede favorecer diferentes formas de razonamiento, como la felicidad puede favorecer el pensamiento inductivo y la creatividad.
3. Comprensión y análisis emocional: empleando el conocimiento emocional
Consiste en integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y usar el conocimiento emocional. Esta habilidad permite distinguir las diferentes intensidades de las emociones (ira y enfado, gustar y amar, etc). Así mismo, se hacen asociaciones entre emociones y situaciones concretas, como la tristeza se asocia a la pérdida, el miedo a una amenaza o la rabia a una injusticia. A medida que crecemos se va ampliando la comprensión de esta relación. De la misma manera, se reconoce la complejidad de las emociones; como un mismo estimulo puede provocar varias emociones a la vez, combinándolas, y razonar sobre la secuenciación de emociones (la ira puede convertirse en furia y pasar a culpa o gratificación).
4. Regulación reflexiva de las emociones
Esta habilidad permite dirigir y manejar las emociones de forma eficaz según las propias necesidades o intereses. Las reacciones emocionales son toleradas ya sean agradables o desagradables. La atención a estas emociones permite el crecimiento y supone la abertura a los sentimientos. Aquí entraría el insight, la consciencia de lo que sucede en nuestro interior y que puede ser utilizada para el crecimiento intelectual y emocional. La persona inteligente emocionalmente es capaz de reflexionar conscientemente sobre sus estados de ánimo y comprender como estos influyen en su modo de pensar y actuar. Esto es llamado la metaexperiencia de la emoción y se divide en la metaevaluación y metarregulación. Las emociones deben ser entendidas sin minimizar o exagerar su importancia.
¿Con qué se relaciona la Inteligencia emocional?
La inteligencia emocional se ha relacionado con el bienestar y la satisfacción vital, actuando como factor protector de la salud mental y física. Se ha visto que las personas más inteligentes emocionalmente están más satisfechas y en general se sienten mejor con sus vidas. Por otro lado, las personas que padecen trastornos de ansiedad, trastorno límite de la personalidad o trastornos psicóticos tienen resultados más bajos de inteligencia emocional. Concretamente, las personas que están afectadas por estos trastornos tienen una mayor consciencia de sus emociones pero presentan dificultades para identificar la emoción y carecen de habilidades suficientes para reparar sus estados de ánimo negativos.
¿Qué influye en nuestra inteligencia emocional?
Muchos aspectos pueden afectar a nuestra inteligencia emocional; la familia en la que hemos crecido, lo que nuestros padres nos han dicho sobre las emociones, si nos ha castigado por enfadarnos o premiado por sonreír siempre. Las diferentes situaciones vitales que hemos experimentado a lo largo de la vida influyen en nuestro aprendizaje emocional y, por lo tanto, en nuestra inteligencia emocional.
Es importante ayudar a los niños a comprender que las emociones son todas buenas y necesarias, ayudarlos a identificarlas y ponerles nombre. Cuando tienen un berrinche, están tristes o están inmensamente enfadados, intentar conectar con ellos, redirigirles, y que, poco a poco, entiendan porqué les sucede esto; que están enfadados, tristes o decepcionados. Fomentar también la empatía, compartiendo con ellos como nos sentimos, explicarles qué situaciones cotidianas pueden provocar cada emoción y cómo podemos hacer para sentirnos mejor nosotros o ayudar a los demas. Buscar maneras de ayudarles a integrar sus experiencias con sus reacciones emocionales y a comprender las de los demás. Con el tiempo y de acuerdo al momento evolutivo, irán aprendiendo nuevas maneras descargar y gestionar sus emociones para relacionarse de una manera sana con su entorno.
Si sentimos que no tenemos control sobre nuestras emociones, que ellas juegan en nuestra contra en lugar de a nuestro favor, trabajar las emociones con un profesional de la psicología puede ser la mejor opción para nosotros o nuestros hijos.
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