El problema de la comunicación

No me quieras tanto, quiereme mejor.
No me hables tanto, háblame mejor.
No me ayudes tanto, ayúdame mejor.
No me entiendas tanto, entiéndeme mejor.
…
Vale, y ¿Cómo?
Escuchando. Preguntando. Prestando atención. No solo para dar una respuesta, si no para comprender lo que nos dicen. Porque cada persona es diferente; lo que es muy bueno para mi será aceptable para el otro y lo que yo necesito puede ser lo último que la otra persona desearía.
Pero cuidado, es fácil caer en el error de hacer al otro responsable de nuestras necesidades y deseos. Esperar que sepa lo que queremos, lo que esperamos de ella o de él y que nos complazca. ¿Cómo se le ocurre decir eso? o ¿Cómo no ha hecho eso que yo taanto quería y estaba esperando? Porque, claro, para mi es obvio.
Pero no lo es para el otro.
A veces no queremos pedir, no lo vemos necesario, nos sabe mal, nos da vergüenza. Nadie vive en nuestra cabeza. Esperar que los otros adivinen lo que tenemos dentro nos va a llevar de caída libre a la decepción, al enfado, a la frustración… y “claramente” será culpa del otro por no imaginar, suponer, SABER lo que yo necesitaba.
La comunicación es un regalo y una suerte de la que tenemos que hacer uso para facilitar las relaciones con los demás y evitarnos desengaños. Pedir algo, no te asegura recibirlo, pero te puede acercar más a donde quieres llegar. Y recuerda, también puedes pedirte a ti mism@ algo y en algunos casos será la apuesta más segura.